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Pasado, presente y futuro del damasquinado

Pasado, presente y futuro del damasquinado

Durante estos días en los que se está celebrando en la mezquita de Tornerías la exposición “El fascinante arte del damasquinado: entre Éibar y Toledo”, es una buena ocasión para preocuparse por la suerte de esta preciosa labor artesanal, hoy seriamente amenazada. El damasquinado se ha convertido en una de las señas de identidad de la ciudad de Toledo. Durante generaciones numerosos talleres se abrieron por toda la ciudad, especialmente desde el último tercio del siglo XIX, con el incipiente turismo que empezaba a interesarse por la histórica ciudad. Instituciones toledanas como la Fábrica de Armas y la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, se revelaron como centros importantes de producción y formación del arte del damasquinado. Hasta los primeros años sesenta del pasado siglo, eran tantos los talleres (o las casas particulares en las que se realizaban estas labores) que era frecuente oír el repiqueteo de esos pequeños martillos que usan los damasquinadores -las macetas- por las estrechas calles de Toledo. Durante los años setenta la crisis del petróleo, la subida del precio del oro y el descenso del turismo supuso el cierre de muchos talleres y la pérdida del empleo de numerosos damasquinadores, que se vieron obligados a buscar otros trabajos o a establecerse como comerciantes en poblaciones turísticas de la costa mediterránea. Esta situación se agravó con la aparición del damasquinado industrial: la paciente labor del artesano y las técnicas tradicionalmente utilizadas fueron paulatinamente sustituyéndose por la estampación mecánica o el baño electrolítico. Estas circunstancias, unidas al desinterés de las autoridades municipales y regionales por proteger la verdadera artesanía, han conseguido que en la actualidad en Toledo no quede más que un puñado de damasquinadores en activo que, si nadie lo remedia, acabarán en breve desapareciendo, como ya sucedió en Éibar, el otro centro de producción del damasquinado español.

Una situación tan alarmante como la descrita movió a la Fundación Damasquinado de Toledo, el 23 de enero de 2023, a solicitar a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha la declaración del damasquinado como Bien de Interés Cultural, al objeto de conservar, proteger y enriquecer el Patrimonio Cultural existente en la Comunidad Autónoma, para su difusión y transmisión a las generaciones venideras y el disfrute por la actual generación. Declaración que se hacía necesaria si lo que pretendemos es la salvaguardia y la supervivencia del damasquinado artesanal. Creo que se puede decir que el Gobierno regional, a través de su Consejería de Educación, Cultura y Deportes que ha incoado el expediente de dicha declaración, debería ser el primer interesado en defender y promover esta ancestral artesanía, diferenciándola con esta protección administrativa de los productos damasquinados por procedimientos industriales, en ningún caso en riesgo de extinción.  Una prueba de la voluntad de nuestras autoridades regionales de proteger este patrimonio único de la ciudad de Toledo es la exposición de damasquinado con la que se inauguró hace unas semanas el Centro de Promoción de la Artesanía de Castilla-La Mancha, ubicado en la mezquita de Tornerías. No hay nada que objetar a la elaboración mecánica del damasquinado; antes bien, en el mercado turístico de Toledo hay sitio para estos dos tipos de productos, y creo que estamos todos de acuerdo en que ambos sean libremente comercializados en los mismos establecimientos. Los comerciantes son de hecho una parte fundamental en la conservación y difusión de las obras artesanas, pues son ellos los que mejor pueden dar a conocer los valores de las piezas elaboradas por la mano del artesano -sólo apreciamos aquello que conocemos-, distinguiéndolos con un riguroso etiquetado emitido por la Administración, de esos otros objetos elaborados “a máquina” ‒lo que justifica sus precios de venta más bajos‒ y evitando así la confusión del cliente incapaz de distinguir por desconocimiento una pieza elaborada a máquina de otra con técnicas artesanales.

La recientemente inaugurada exposición de damasquinado de la mezquita de Tornerías nos brinda la mejor de las ocasiones para reivindicar la declaración del damasquinado como Bien de Interés Cultural, en la categoría de Bien Inmaterial, una declaración que defiende la existencia de estos objetos únicos e irrepetibles que custodian las huellas de la paciente labor del artesano. Cada vez está más amenazado este tipo de trabajo, un trabajo que humaniza al hombre al permitirle cultivar las virtudes de la destreza y la perseverancia; y que nace de la observación y la creatividad, encontrando su recompensa en la excelencia de la obra bien hecha. Un trabajo en el que el artesano se sirve de herramientas que le ayudan en su labor manual sin suplantarla, pues, como decía Ruskin, las máquinas son «como el fuego, malos amos, buenos servidores». En esta época alienada, dominada por la inmediatez y la impaciencia, todo lo que se haga es poco para preservar el tiempo paciente y sin prisas del artesano.

No creo que haya nadie en Toledo a quien no le interese la declaración del damasquinado como Bien de Interés Cultural, al igual que no conozco a persona alguna que niegue el valor de la artesanía, por lo que no se comprenderían por parte de la ciudadanía las posibles alegaciones que entorpecieran o impidieran dicha declaración. Estoy convencido de que esta declaración beneficiaría a todos los sectores, incluso al del damasquinado mecanizado -un sector creador en nuestra ciudad de puestos de trabajo- pues sin el damasquinado artesanal el industrial perdería su referente y sentido.

Hasta el 10 de julio próximo, los toledanos y sus visitantes pueden acercarse a ese espacio único que es la mezquita de Tornerías, para admirar unos objetos igualmente únicos. Pequeñas obras del arte del damasquinado realizadas por artífices eibarreses y toledanos. Más de 160 piezas, procedentes de instituciones y colecciones particulares, ofrecen a los visitantes un fascinante recorrido por la historia del damasquinado, desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad; desde las composiciones clásicas de los grandes maestros históricos a los diseños más actuales y acordes con los nuevos gustos, realizados por jóvenes damasquinadores. Se trata de una exposición sobre el pasado y el presente del damasquinado, pero que nace con la vocación de proyectarse sobre el porvenir.

Luis Peñalver Alhambra

LA TRIBUNA DE TOLEDO