Luis Peñalver Alhambra es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, ejerciendo como catedrático de esta disciplina en el I.E.S. El Greco de la ciudad de Toledo. Como escritor, ha publicado varios libros, entre ellos estos dirigidos al arte del damasquinado: Una historia del damasquinado toledano, El estoque de Frascuelo y otras historias del damasquinado toledano y Una obra maestra del damasquinado. Las rejas de Villalpando de la Catedral de Toledo, así como varios ensayos y artículos de estética filosófica sobre escritura e imagen.
Es nieto e hijo de artesanos muy vinculados a la artesanía tradicional toledana. Su abuelo Fermín, discípulo de Julio Pascual, afamado artista toledano en el trabajo del hierro y en la especialidad del esmalte y considerado como el último de los grandes rejeros toledanos en la técnica de la forja, fue un cincelador y repujador extraordinario que también dominaba el arte de la forja. Y su padre, Luis Vicente Peñalver, fue un consumado damasquinador.
Criado en este ambiente, Luis puede decir que el arte de incrustar el oro en el hierro lo ha vivido desde su más temprana infancia. Es por ello por lo que, si bien no pasó más allá de colaborar con su padre en pequeños trabajos de repasado de obras de aquel, siempre se sintió atraído por el coleccionismo de piezas damasquinadas de todo tipo, poseyendo en la actualidad una variada y exquisita colección de verdaderas obras de arte de todas épocas y artistas, conseguidas tras una documentada y prolija labor de investigación y seguimiento en países de todos los rincones del orbe, desde Japón al continente americano.
Como no podía ser menos, Luis Peñalver forma parte como patrono fundador de la Fundación Damasquinado de Toledo, habiendo sido uno de los tres miembros de la Fundación responsables del estudio acometido por ésta, tendente a demostrar que tanto las rejas del Coro, como las del Presbiterio y Capilla del Sagrario de la Catedral de Toledo fueron doradas a partir de las técnicas del damasquinado, lo que culminó con la publicación del libro Una obra maestra del damasquinado. Las Rejas de Villalpando de la Catedral de Toledo, editado en 2021 por esta la Fundación en colaboración con la editorial Almud.
Es siempre un verdadero placer poder charlar sobre damasquinado con Luis, dado su amplio conocimiento sobre este arte desde tan diversas áreas: sus técnicas, sus orígenes y rutas de difusión, así como los estilos y maestros más afamados que los ejecutaron. Hoy le hemos pedido que nos dedique un hueco de su apretada agenda, para pedirle opinión sobre algunos aspectos que nos preocupan como Fundación Damasquinado de Toledo, en nuestra misión de investigar, conservar y difundir este arte.
Luis, ¿qué consideras que falta en Toledo para facilitar los inicios de la formación a las nuevas vocaciones?
Obviamente no es posible en nuestros días volver a aquellos talleres en los que un muchacho entraba a trabajar a las 13 o 14 años, comenzaba trayendo el botijo y barriendo el taller, antes de iniciarse progresivamente en la picadura a cuchilla de las piezas, el damasquinado con hilo de plata primero y de oro después, el repasado, etc., hasta pasados los años convertirse en oficial y, finalmente, en maestro capacitado para establecerse por su cuenta. ¿Qué se podría hacer hoy? Por parte de la Consejería de Educación y Cultura se podría tal vez crear unos ciclos de formación profesional de grado medio de damasquinado y repujado, impartidos en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo, unos ciclos de dos años de duración en las que el aprendiz se formase en asignaturas tan importantes para el damasquinado como el dibujo.
Y, una vez finalizada esa formación inicial, ¿crees que les resultaría fácil encontrar centros de producción donde poder poner en práctica esos conocimientos adquiridos?
No resulta fácil. Evidentemente es un problema complejo que tendría que ser atajado desde diversos frentes. Pienso que las fábricas de “damasquinado” industrial que aún existen en Toledo deberían tener una sección de damasquinado realizado completamente por medios artesanales, productos que luego se encontrarían en el mercado perfectamente etiquetados, de manera que los clientes tuvieran siempre un conocimiento exacto de lo que están comprando, bien un objeto realizado “a mano”, bien un producto fabricado por procedimientos mecánicos o electrolíticos. Por supuesto, ello requiere la necesaria colaboración de las autoridades, encargadas de poner en valor y promocionar esta artesanía tan exclusivamente toledana, al tiempo que regulan este mercado y velan por el cumplimiento de la normativa. Otra opción para el damasquinador es establecer su propio taller como autónomo, ofreciendo su trabajo a los diferentes comercios, sin otro compromiso que la excelencia y la calidad. De esta manera se crearían pequeños talleres en los que los artesanos personalizarían sus trabajos, fruto de esa hermandad que siempre debe existir entre la tradición y la experimentación, buscando nuevos diseños que, sin romper por completo con el pasado, se adapten a los gustos de nuestra época.
En tu opinión, y como buen conocedor de la evolución de esta artesanía, ¿consideras bien retribuidos los trabajos que se requieren para conseguir una obra de damasquinado con técnicas tradicionales?
Enlazando con la pregunta anterior, uno de los principales problemas que han tenido los damasquinadores en nuestra ciudad han sido ellos mismos. Quiero decir que siempre se echó en falta la unión de estos artesanos. El resultado de no haber poseído jamás un gremio lo suficientemente fuerte para defender sus intereses comunes era de esperar: con muy escasas excepciones, quedaron a merced de los comerciantes; estos fijaban los precios, siempre a la baja, y de manera que fomentaban la competencia entre los distintos talleres y damasquinadores, con el consiguiente abaratamiento de la obra. Es decir, en vez de competir por la excelencia se empeñaron en ver quién vendía los platos o las ánforas más baratos, lo que supuso una merma de la calidad, que acabó siendo suplantada por la cantidad de unos productos adocenados en los que se sustituyó el hilo por el troquel y el picado a cuchilla por la picadura al ácido.
¿Cómo ves hoy en día las posibilidades de incorporación profesional de forma remunerada al sector?
Toledo es una ciudad a la que acuden anualmente cientos de miles de turistas, turistas que se dejan mucho dinero en las tiendas. Los comerciantes desde siempre se han quejado de que el negocio está muy mal, que apenas se vende, etc. Esto lo oía yo desde que era niño cuando los fines de semana acompañaba a mi padre, que tenía un pequeño taller de damasquinado en las Covachuelas, a “entregar” a las tiendas; es decir, a llevar la obra encargada por éstas. Los comerciantes para los que trabajaba le pagaban poco, tarde y mal, y solía ocurrir que le pagaban una parte de lo que le debían y le instaban a que volviese la próxima semana, a ver si la cosa estaba mejor…
Es cierto que este sector, al depender del turismo, es muy sensible a las fluctuaciones del mercado (precio del oro) y a los acontecimientos históricos. Si echamos mano de la hemeroteca, veremos que se produjeron despidos masivos de damasquinadores en diferentes periodos de la historia reciente, como las dos guerras mundiales, nuestra guerra civil, la crisis del petróleo de los años 70 o la reciente crisis pandémica. Pero, aunque este sea un sector especialmente vulnerable, las posibilidades del mercado son grandes. Personalmente creo que, en un mundo invadido por productos industriales impersonales, sin “alma”, la artesanía es y sobre todo será un valor en alza. Si lo hacemos bien, nuestros objetos damasquinados artesanalmente serán más demandados y, por consiguiente, los damasquinadores mejor retribuidos. Dependerá, como no puede ser de otra manera, de la ley de la oferta y la demanda. Naturalmente, esto no es posible sin una campaña que promocione estos objetos únicos de la ciudad de Toledo, una campaña fundada en el conocimiento de esta artesanía y en la que participen la administración y los propios comerciantes.
¿A qué atribuyes la falta de vocación de los jóvenes hacia la práctica del damasquinado?
Las causas nunca son sencillas. Desde luego hay que atribuirla a una carencia de educación estética, pero también a una cultura que prima el resultado inmediato, en el contexto de objetos de consumo de usar y tirar. El damasquinado es un oficio exigente que requiere años de dedicación y que, desde luego, no se aprende en un curso de cien horas. Paciencia, perseverancia, exigencia del trabajo bien hecho, son virtudes que no se suelen enseñar ni cultivar entre nuestros jóvenes.
¿Qué consideras debería hacerse para estimular el interés de las nuevas generaciones hacia el damasquinado?
En una época en la que todo se nos da ya elaborado, prefabricado, precocinado, lo más revolucionario que se puede hacer hoy es ser creativo. Si pudiéramos transmitir a nuestros jóvenes la satisfacción que se obtiene cuando se realiza algo por uno mismo, algo como una obra artesana en la que el artesano deja su impronta personal, una obra que no existiría si él no la hubiese creado. Aprender a valorar el objeto único frente al bombardeo de objetos fabricados en serie. Sería también una forma de superar la alienación tecnológica en la que se desarrollan nuestras vidas: estamos rodeados de dispositivos tecnológicos, los cuales han llegado a ser imprescindibles en nuestra existencia cotidiana, sin que casi ninguno de nosotros sepa bien cómo funcionan.
¿Cómo ves la evolución habida en los estilos tradicionales utilizados en el damasquinado de los diferentes objetos que se producen en la actualidad?
Admito que como coleccionista me gustan los objetos damasquinados con diseños tradicionales, que son básicamente el árabe y el Renacimiento, pero aprecio también los nuevos caminos formales que está tomando este precioso arte ornamental, gracias al impulso de jóvenes damasquinadores que están explorando nuevos caminos para su arte. Es cierto que, sobre todo entre los toledanos, existe cierto hartazgo de los estilos tradicionales. Por eso es bueno que se busquen nuevas formas de expresión recogiendo lo mejor de la tradición y sin traicionar la pureza de esta artesanía.
¿Consideras que hoy en día las piezas damasquinadas, no de coleccionismo, gozan del interés y deseo de posesión del comprador español? ¿Y del turismo extranjero?
El interés es decreciente. No siempre fue así. A principios del siglo XX los objetos de “oro de Toledo”, conocidos también como “objetos de Eibar” (el otro centro de producción de damasquinado del país), eran muy apreciados dentro y fuera de nuestras fronteras. Hoy día, en cambio, cualquier potencial comprador no tiene inconveniente en gastarse mil euros en un iPhone, pero le parece muy caro un broche de 150 euros realizado a mano. Es cuestión de educación. La calidad del turismo masivo y adocenado que invade hoy nuestras calles no ha hecho sino descender. Fíjate, por ejemplo, en los establecimientos comerciales de la calle Ancha: tiendas de helados, golosinas, turrones, bocadillos de jamón y quincalla. Mucha quincalla barata para turista. La artesanía típica se reduce a espadas, supuestamente fabricadas en Toledo, y a objetos damasquinados a máquina. Amamos lo que conocemos. De manera que solo si hay una voluntad por parte de los comerciantes y las diferentes administraciones por dar a conocer mejor nuestra artesanía, los turistas nacionales y extranjeros que nos visitan aprenderán a valorar los objetos damasquinados artesanalmente.
Tradicionalmente, aparte de las distintas piezas decorativas utilizadas en los hogares: platos, cofres, ánforas, relojes …, se utilizaban para uso personal: pitilleras, bastones, pendientes, colgantes, sortijas, pulseras … ¿Qué tipo de objetos damasquinados de nueva fabricación consideras que podrían hoy formar parte de una oferta de interés en el mercado en general?
Realmente muchas de esas piezas han perdido su uso: bastones, pitilleras, relojes de bolsillo… Los usos y las costumbres cambian al tiempo que lo hacen los gustos y las necesidades de la gente. Siempre he pensado que el damasquinado es un arte ornamental que no debe sustituir, por ejemplo, a un cuadro. Es mi opinión. Pero creo que sigue habiendo un hueco para los objetos damasquinados en el mercado de los aderezos personales: pulseras, colgantes, pendientes…, con nuevos diseños que los hagan más atractivos y adaptados a los nuevos gustos.
Finalmente, Luis, dinos: ¿crees que existe la voluntad en las distintas administraciones: comunitaria, municipal y territorial de aunar esfuerzos para conseguir que el arte del damasquinado sea declarado en una primera instancia “Bien de Interés Cultural”, para luego lograr, como ya hicieron en Talavera de la Reina con la cerámica, su declaración como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO?
Con franqueza, no creo que exista mucha voluntad por parte de las distintas administraciones por proteger y promocionar el arte del damasquinado, tan exclusivo de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad. No siempre fue así. En los años 20 del pasado siglo, por ejemplo, las autoridades gubernamentales establecieron una normativa muy estricta que obligaba a los comerciantes a un etiquetado de los diferentes productos y que imponía multas importantes a los guías que cobraban comisiones por dirigir a los turistas a determinados establecimientos. Si de verdad esas administraciones pretenden conseguir la deseada declaración del damasquinado como “Bien de Interés Cultural” (BIC), lo primero que se les debe exigir es respeto y, desde luego, más conocimiento de un arte tan precioso como el nuestro. Quizás deberíamos empezar por utilizar el lenguaje de manera más precisa para evitar que las palabras den lugar a equívocos. No se puede llamar artesanía a lo que no es artesanía, ni damasquinado a esos productos que no están realizados manualmente. Sin embargo, en los mercadillos de artesanos que se encuentran en lugares tan visitados como el parque temático próximo a Toledo, los objetos “damasquinados” con los que el visitante se encuentra están hechos mecánicamente por una conocida industria toledana. Incluso los regalos protocolarios del Mundial de Catar tienen la misma procedencia. Se puede vender lo que se quiera, por supuesto, pero que nadie se llame a engaño y llamemos a cada cosa por su nombre. Hoy día las autoridades protegen muchos productos de la tierra, desde el ajo de las Pedroñeras al vino o al queso manchego con denominación de origen; sin embargo, un arte tan característico de la ciudad de Toledo como el damasquinado no ha merecido esta protección. Pero no perdamos la esperanza…