Julián Simón es el más veterano y longevo maestro artesano damasquinador que, afortunadamente, aún continúa entre nosotros. Nos recibe amablemente en su soleada habitación del centro donde se encuentra alojado en Burguillos, en la que dispone de su mesa de trabajo donde casi cada día dedica unas horas al oficio que lleva practicando desde hace 76 años.
Julián Simón comenzó su trayectoria en este oficio a los 16 años a través de su hermano Luis. Éste, que disponía de un taller en la calle del Instituto de Toledo junto con otros dos maestros damasquinadores: Ricardo Peces y Mariano Moraleda, le ofreció a Julián unirse a ellos y allí permaneció hasta los 32 años que se estableció por su cuenta.
Por favor, contéstanos a la siguiente entrevista:
¿Don Julián, ¿quién o qué influyó en su decisión de dedicarse a esta profesión?
Mi hermano Luis, con él comencé a trabajar a los 16 años y allí permanecí hasta los 32 cuando me establecí por mi cuenta. Un buen día me dijo: ¿Luis te quieres venir con nosotros?, y le contesté que sí. Y no me equivoqué.
¿A qué maestro o centro acudió en sus comienzos para empezar a formarse como artesano damasquinador?
Yo empecé en la Escuela de Artes y Oficios, pero no damasquinando. Empecé con dibujo artístico, después con modelado y posteriormente la cerámica, que me gusta mucho. Pero, finalmente dejé la Escuela de Artes y me puse a trabajar porque había que ganar dinero.
¿Echó usted en falta en sus inicios centros de formación especializada, o una formación teórico práctica eficaz que le diera las pautas a seguir como aprendiz?
Pues no. Entonces entrabas en un taller como aprendiz, te ponían una placa y empezabas a picar. Luego con un hilo de plata te ponían a hacer rayas, y después círculos y de ahí en adelante.
¿Cuánto tiempo le costó adquirir los conocimientos y la práctica necesarios para desempeñar el oficio?
Pues un año, más o menos.
Me dice que hizo dibujo artístico, modelado y cerámica en la Escuela de Artes y Oficios. ¿Por qué no se sintió interesado por dar clases de damasquinado que era a lo que se dedicaba?
Pues porque ya damasquinaba todo el día en el taller y no me era necesario.
A los jóvenes de su época que no tenían un hermano con un taller y que querían iniciarse en el oficio, ¿les resultaba fácil poder entrar de aprendiz en un taller?
Entonces sí era posible, porque en aquella época había muchos pequeños talleres y allí podías aprender el oficio, sin más. En el taller de mi hermano, él y sus dos socios actuaban como maestros y enseñaban a los diez u once empleados, con distintos niveles de experiencia, que formábamos la plantilla. Concretamente éramos tres de la misma edad y conocimiento del oficio. Y el resto, pues unos eran más buenos y otros lo eran menos. Allí, aprendíamos de todo.
Y según se iba adquiriendo una mayor experiencia, ¿se iba paralelamente obteniendo una categoría o titulación dentro del taller?
Pues no. Allí quitando a los jefes que eran los maestros los demás éramos todos iguales.
Y los dueños de esos talleres que actuaban como maestros, ¿habían conseguido la titulación de maestros tras la obtención de esos conocimientos de algún centro de formación en esta artesanía?
Pues no. Ellos normalmente habían aprendido en otros talleres o en los suyos propios y se iba formando una cadena de artesanos que habían aprendido el oficio en los diferentes talleres.
¿Usted cree que en la actualidad existen jóvenes que como usted en su época se sienten atraídos por el damasquinado?
Pues yo ya llevo cuatros años un poco alejado de este mundo, aunque sigo damasquinando casi todos los días, pero hasta entonces yo he visto que esas vocaciones han ido cayendo y cayendo y casi se han perdido. Primero fue la aparición de las máquinas, después la electrolisis, que fue la puntilla, y fueron desapareciendo los talleres y emigrando a la costa en busca del turismo.
Pero la aparición del damasquinado industrial no tenía por qué atentar contra el realizado tradicionalmente a mano, siempre y cuando se dispusiera de una normativa que diferenciara claramente el origen de cada pieza: la artesanal más cara por su mayor dificultad y tiempo de realización, y la industrial más barata por su menor tiempo de fabricación al ser realizada por estampación o electrolisis.
Es que la pieza, una vez en el comercio, no queda marcado su origen a través de ningún tipo de etiqueta que lo diferencie, y el cliente solo se deja llevar por el menor precio que una pieza industrial tiene sobre la artesanal. Y dado el desconocimiento que el comprador tiene de cómo se elabora una y otra técnica, por lo único que se deja llevar es por el precio final. En muchos comercios ha habido siempre un artesano con su mesa de trabajo realizando piezas de damasquinado, lo que hacía creer al comprador que todo lo que allí se vendía estaba hecho con esa técnica manual. Creo que sería muy importante que se diera a conocer, más y mejor, cómo se realiza el damasquinado a mano como la mejor forma de darle el valor que tiene.
¿Y nunca se dispuso de una normativa en defensa del consumidor que permitiera identificar sin lugar a duda el origen toledano de esas piezas damasquinadas, así como las que procedían del trabajo a mano en todo el proceso de un artesano, de las que se realizaban a través de estampación a máquina o por electrolisis?
Hubo un tiempo en el que se dispuso de unas etiquetas identificativas, de las que no hubo control alguno de su correcta colocación en la pieza correspondiente, pero aquello duró dos días y hoy se vende igual una pieza realizada íntegramente a mano como otra de máquina o electrolisis, sin que exista una mínima garantía para el cliente de lo que adquiere, más allá de lo que le cuente el vendedor.
¿Qué considera usted que se podría hacer para volver a interesar a los jóvenes por esta artesanía con este déficit de vocaciones?
Pues, para empezar, ahora que no existen todos aquellos talleres que sirvieron de escuela a los damasquinadores de mi época, que se habilitaran centros reglados para su enseñanza y expedición de titulaciones. A principios de este milenio la Diputación Provincial de Toledo organizó unas clases taller donde se formaron una serie de jóvenes, pero aquello no tuvo continuidad y como todas estas iniciativas duran hasta que cambian sus responsables. Y, por otra parte, disponer de una legislación que exija la identificación de las piezas damasquinadas como artesanales o industriales, como única manera de que un artesano pueda competir con otros productos más baratos que pasan por artesanales siendo hechos por una máquina.
Tradicionalmente el damasquinado se ha realizado en los distintos objetos que han servido como base de esta artesanía en los estilos islámico, gótico y renacimiento, aparte de la diferente fantasía aportada por cada autor. ¿Considera que estos mismos estilos clásicos de decoración son de interés para el comprador actual?
En mi opinión la decoración para piezas damasquinadas siempre ha sido clásica, a mí me gusta más así, pero también se han realizado últimamente en estilos menos clásicos para cuadros y otros objetos de decoración.
¿Qué opinión le merece el hecho de que hasta que no lo ha hecho la Fundación nadie se hubiera interesado en solicitar para el damasquinado la protección como “Bien de Interés Cultural”, a través de la Junta de la Comunidad de Castilla la Mancha?
Pues no es normal, pero así ha sido. Aquí en lo tocante al damasquinado se ha dejado todo de la mano. Los toledanos somos en general muy apáticos para lo nuestro. Creo que nadie ha hecho nada desde hace mucho tiempo por el damasquinado. Las administraciones abandonaron las escuelas taller que un día hubo, no se ha promocionado suficientemente por parte de los medios de comunicación y, por otra parte, sería necesario poder garantizar al comprador en el comercio lo que está comprando, tanto en términos de su origen como de la técnica con la que se ha realizado, ya sea manual o industrial.
¿Y cómo el propio gremio de damasquinadores no ha sido más proactivo y solidario en defensa de sus intereses?
Mire, aquí siempre se ha dicho: ¿Quién es tu enemigo?, el de tu propio oficio.
Usted que ha atravesado en su amplia y próspera trayectoria profesional por tantas diferentes etapas en este oficio, díganos: ¿qué considera que podrían hacer, que no estén haciendo, las distintas administraciones: comunitaria, municipal y territorial para conseguir la decadencia del damasquinado?
Difundir más esta artesanía y disponer de alguna exposición permanente donde aquellos que no la conocen puedan ver sus distintos estilos y, muy importante, como se obtienen esas obras de arte a partir de una pieza de hierro e hilo de oro y plata.
Finalmente, ¿cree que se merece la artesanía del damasquinado que la Junta de Castilla La Mancha declare a esta en una primera instancia “Bien de Interés Cultural”, para luego poder optar, como ya hicieron en Talavera de la Reina con la cerámica, a su declaración como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO?
Sin lugar a duda, de ello va a depender en gran medida el futuro de esta artesanía.